Unos van saliendo lentamente de la ciudad, simbólicamente el lugar de la vida y del encuentro, y se encaminan con luto y dolor hacia el cementerio, el lugar del silencio y de la muerte.
El dolor personal y la situación social de desamparo son tan grandes para aquella madre que muchos, unos cercanos y otros de manera solidaria, forman un grupo, “un gentío considerable”. Van en silencio. Solo se escuchan los gritos y las lagrimas del dolor.
Los otros, vienen de otro pueblo. Van con Jesús, el profeta de Galilea. Les anima la esperanza de sus palabras y la promesa del Reino. Van a la cuidad, donde bulle la vida en las calles. Unos son discípulos, otros gente del pueblo.
Hablan en voz alta. También son muchos. “Mucho gentío”.
En medio de la escena, el encuentro: la experiencia de la soledad humana experimentada por la madre que ha perdido a su hijo y la compasión de Jesús.
La viuda de Naín ni siquiera dice una palabra, su necesidad habla por sí misma. Es mujer, es viuda, y ahora pierde a su único hijo. Solo sabe llorar. ¿Qué más puede hacer? Sus lágrimas son sus palabras.
Los ojos de Jesús se fijan en esa mujer rota por la desgracia: una viuda sola y desamparada que acaba de perder a su único hijo. Jesús sólo le dice dos palabras: “No llores”.
Ante el sufrimiento de aquella pobre mujer, o mujer pobre, Jesús tiene una actitud de compasión y misericordia. Que se expresa primero en la mirada y luego en el corazón y finalmente en la acción concreta de dar vida al muerto y a la madre.
-¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate! … y Jesús se lo entregó a su madre”
Jesús quita el centro de atención del hecho de que el joven vuelva a vivir y hable, y pone de relieve a la madre. La madre vuelve a ser madre, y esta vez recibe a su hijo vivo, cuya vida, ya no viene de ella, sino del mismo Dios, que la ha mirado con compasión en su soledad y en su dolor.
Ahora ya vuelve a entrar en escena la multitud que está presente en el encuentro. Se trata de todos, es decir, los que venían con Jesús y los que acompañan a la viuda. Los dos grupos, esos que al inicio en estaban separados y caminaban en sentidos opuestos, ahora están unidos en la alabanza a Dios: “Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”