Me contaban hace poco: una persona mayor enferma y ya agonizante. Los médicos habían dicho aquella tarde que ya no se podía hacer nada más. La familia, desde el cariño, el respeto y la pena, aguardaba el desenlace final.
Pero faltaba un hijo por llegar. Vivía lejos, fuera del país. Ya estaba en camino.
Pasó un día más. Y otro. Y cuando el hijo llegó, besó a su madre y ésta abrió los ojos y murió.
Lo recordaba por el evangelio de hoy donde el personaje central es el anciano Simeón. El alargó su vida por el deseo que tenía de ver.
Se pone al rebufo del Espíritu (“impulsado por el Espíritu fue al templo”)
Compromete su vida (“hombre justo y piadoso”)
Sueña un mundo distinto (“Aguardaba el consuelo de Israel”)
Por eso, a pesar de los años no mira hacia atrás sino hacia delante.
Busca la luz y se encuentra con el niño que es la Luz del mundo.
Sostiene al niño con sus manos. Pero es el niño el que le sostiene a él.
Y cree que ya su vida se ha llenado de sentido (“Ahora ya puedo morir en paz”)
Alargó sus días no para acumular años sino para donarla en amor (“tomó en brazos al niño”) y agradecimiento (“dio gracias a Dios diciendo…”
¡Feliz año nuevo! Urte berri on!
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El texto del evangelio de hoy en VER ADJUNTOS, en la hoja de La Palabra (espacio abierto todos los sábados a las 19,00h en BerriOna para comentar, compartir y vivir el Evangelio de Jesús)