Oímos tantas veces…en la política, en nuestras relaciones y en la convivencia con los demás …
Eso de…
“Yo no soy como los demás, yo no soy como ese, como esos…” “Y tú más..”
Que poco a poco se nos pega como actitud en nuestra vida. (Y si no nos demás cuenta se nos hace parte de nosotros ¿no os parece?)
Por eso –dice el evangelista Lucas- que Jesús contó esta parábola por algunos que “se tenían por justos y despreciaban a los demás”
Es una parábola que toca muy dentro nuestras actitudes y nuestra manera de de mirar a los demás.
Actitud que (luego también) se refleja– como cristianos- en nuestra manera de relacionarnos con Dios.
Y es que, aunque los dos comienzan su oración con las mismas palabras:
¡Oh, Dios!...
Sin embargo cada uno de ellos reza de una manera.
El primero dice en primera persona (Yo…) todo lo que hace, todos sus méritos. Es verdad que es un hombre religioso y piadoso, que hace muchas cosas (ayuno, limosna,…) pero no escucha ni a Dios ni a los demás.
Y parece que quiere “comprar” la bondad de Dios con sus puntos, con sus méritos.
El segundo solo dice: “Ten compasión de mí…”
Los dos han subido al templo a orar, pero éste segundo “bajó –dice el evangelio- a su casa justificado.
Nosotros también hemos venido aquí, al templo, a orar…Que, ojalá, bajemos a nuestras casas cambiados y reconciliados. Que el encuentro con Dios y con los demás produzca en nosotros, en mí una trasformación.
Vivimos en un momento social donde parece que hay vía libre para decir sin filtro opiniones y actitudes que desprecian a los demás.
Sobre todo, claro está, se desprecia a los más pobres, los excluidos, los inmigrantes, los diferentes, etc…
No se trata de no opinar, o de no valorar críticamente actitudes y comportamientos. No se trata de no poner en valor lo que somos o pensamos.
De lo que la parábola nos advierte es de no pensar que yo solo soy el único justo…porque eso (como un resbaladero) me lleva enseguida a despreciar a los demás.
Juan Bautista Metz, uno de los grandes teólogos católicos importantes del siglo XX dijo: “Nuestro amor a Dios se expresa y consuma en nuestro trato con los otros, en nuestro encuentro con ellos” Y nos propone una “mística de ojos abiertos” y que nos incita a estar despiertos, a no relajarnos, a pensar en el dolor ajeno.
(Fidel Aizpurúa)
“Hemos de superar la cultura del menosprecio. Hemos de superar el sarcasmo, el insulto, el supremacismo, esa infantil actitud que cree que lo mío es lo único valioso y lo de los demás no merece consideración alguna. Esa cultura puede llevar a un país a una situación sin salida. Tomemos nosotros la parte que nos toca.
Frente a la cultura del menosprecio habríamos de construir la cultura de la comprensión y de la compasión”
Y ahora, rezamos juntos con la letra de esta canción:
Vengo ante Ti, mi Señor,
reconociendo mi culpa,
con la fe puesta en tu amor,
que tú me das como a un hijo.
Te abro mi corazón
y te ofrezco mi miseria,
despojado de mis cosas,
quiero llenarme de Ti.
Que tu espíritu, Señor,
abrase todo mi ser.
/Hazme dócil a tu voz,
transforma mi vida entera/ (