La danza meditativa es una forma de conectar con nuestro interior y expresar la experiencia espiritual que llevamos dentro. La danza como la oración, es un instrumento para desconectar del intenso ritmo de vida que por lo general llevamos. Nos lleva al silencio, al momento, a la atención plena de lo que soy y de lo que hay a mi alrededor. Es meditación en movimiento.
En la danza se reflejan temas de la vida en un lenguaje simbólico.
Las manos y la mirada toman la palabra al ritmo de la música, apaciguando las prisas. Los brazos abiertos expresan la acogida, la apertura al otro, las manos que nos ponen en contacto, que permiten que fluya el amor que Dios pone en nosotros, la mirada serena al otro que trasmite bendición, complicidad, transparencia, fraternidad y crea sororidad. Recuperemos el gesto consciente de nuestro cuerpo para conectar, eso nos plenifica.
Con gestos sencillos, lentos, sosegados, honestos que nos llevan hacia la calma mental, hacia el silencio, nos ayuda a hacernos conscientes de Dios aquí y ahora.
La mayoría de las danzas las realizamos en círculo, sin principio ni fin, sin aristas ni esquinas. Expresando la esencia de la comunidad cristiana de cercanía, de comunión, de igualdad. No es un baile, sino un gesto de reconocimiento de la presencia de Dios en nuestra vida.
Vanalizar la danza en la oración refleja corazones cerrados, ojos que sólo ven la superficie de la realidad, que se pierden lo hermoso de la Vida.
“Toda obra de arte, incluida la danza, que interpela al ser humano en su totalidad, surge de la meditación.” (Bernhard Wosie).