El relato de la muerte y resurrección de Lázaro –contado hoy por el Evangelio de Juan- y la situación de enfermedad y muerte que el Coronavirus está provocando, nos pone ante el gran dilema del ser humano. La muerte y la vida.
Ante la muerte ¡tantas veces nos quedamos sin palabras!. Derrotados por las emociones, vencidos por la tristeza, con un nudo en la garganta. No tenemos palabras. No sé qué decir. Solo sentimientos que brotan a borbotones.
Ayer una amiga mía expresaba y sentía así la muerte de un amigo por coronavirus:
“…Negación, sorpresa y miedo, impotencia Nos sube el calor desde el estómago. Al otro lado del teléfono, nos tiembla la voz. Joder, no podemos ni verle… ni vernos… Rabia desde nuestras casas, por no poder tener todos los abrazos que comprenden, que conocen, que recuerdan, que ríen con mocos y lágrimas en los ojos. El confinamiento nos ha robado ese momento, nos obliga a buscar más calor a través del teléfono, nos…”
Otras veces son palabras, pero de reproche a Dios. Un reproche normal, lógico. La pregunta, el reproche, el grito forman parte de la fe.
“Si hubieras estado aquí…” -repiten tanto Marta como su hermana María. Y también algunos de los que las acompañan: “Éste que abrió los ojos del ciego, no podía haber hecho….”
Jesús, conmovido interiormente, llora (“Jesús derramó lágrimas”) y confía (“Padre, te doy gracias por…”)
Y desde el hondón de su humanidad compasiva y solidaria y desde su experiencia radical de Dios, dice unas palabras que llenan de luz y esperanza la escena y trastocan las preguntas y lamentos de los presentes.
“Yo soy la Resurrección y la Vida: el que cree en mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?”.
Palabras tan impactantes que no las pueden creer. Marta quiere que ponga los pies en la tierra, que sea realista: “Señor, ya huele, porque lleva cuatro días muerto”
Y Jesús como el maestro paciente que quiere que el alumno descubra el sentido más profundo de la lección le dice: “¿No te dije que si crees verás la gloria de Dios?”
Y entre ese dialogo vital aparece mezclada una acción. Porque el milagro pide nuestro compromiso. “Quitad la losa”. “Así que quitaron la losa”
Las losas que separa, que aíslan, que excluyen, que encierran,… Sin esta tarea nuestra fe queda en palabras vacías, en reflexión intelectual, en dichos repetidos…
Quitar losas hoy y aquí, del entorno cercano y de más allá. Quitar la losa y desatad!
Quitar la losa para que Jesús-Dios pueda ser Él y para hacer realidad sus palabras: “Yo soy la Resurrección y la Vida”
Y para que, como muchos y muchas, podamos creer.