Cuaresma. Un tiempo nuevo. Un tiempo de conversión. Pero sobre todo un tiempo de gracia y oportunidad… para mirar adelante. Para tomar impulso. Para optar decididamente por aquello que siempre hemos creído que deberíamos hacer y ser.
La vida no es cuestión de azar o de suerte. Es más bien cuestión de opción y decisión personal.
La tentación es una de las consecuencias de nuestra libertad. Como ante un cruce de caminos podemos tomar uno u otro. Hay que elegir.
La tentación es. Está ahí. Todo paraíso tiene su tentación.
Jesús (hoy en el evangelio) y yo y tú… todos/as somos tentados una y otra vez: “El demonio se marchó hasta otra ocasión”
¿Cuál es tu respuesta?
“No solo de pan vive el hombre”. ”Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”. “No tentarás al Señor tu Dios”
“Lo que da valor a la vida son las tentaciones a las que no se ha querido ceder” (Eugenio D’Ors)
Ya conoces esa leyenda de los indios cherokee, según la cual un abuelo le explica a su nieto que en el interior de todo ser humano viven dos lobos. Uno malo que encarna la ira, la envidia, los celos, la avaricia, la tristeza, la arrogancia,….
Y otro bueno que personifica la benevolencia, la generosidad, la justicia, la alegría, el amor, la humildad…
El nieto se paró a pensar y luego preguntó: “Abuelo, ¿y cuál de los dos lobos gana? El abuelo contestó: “Aquel al que le das de comer”
Ahí está nuestra responsabilidad. En alimentar al lobo bueno. En confiar en Dios y no dejarnos llevar por la tentación hasta caer en el mal.
Para ello necesitamos ir al desierto. Guardar silencio. Revisar al terminar el día. Rezar confiadamente a Dios. Escuchar las palabras de los demás y los sonidos del mundo…. Para actuar honradamente y no caer en la tentación.