Hay una historia antigua y muy bella que nos habla de la creación der ser humano. Está en la Biblia. En el primer libro de la Biblia y dice que: “El Señor modeló al hombre, al ser humano, del-con barro de la tierra. Luego sopló en su nariz aliento de vida. Y así se convirtió en un ser viviente.
Soy frágil, somos frágiles. Lo sabemos por propia experiencia. En cualquier momento nos podemos desmoronar.
¿Cómo caminar con pies de barro? ¿con ojos de barro? ¿con corazón de barro?
Sin embargo este barro vive. En mi interior hay un aliento que me hace vivir y soñar y crear y creer. Y ponerme de pie y empezar de nuevo.
Es el aliento que Dios puso en nuestra vida. Su espíritu vivificador.
Hoy Jesús –como nos cuenta el evangelio- reactualiza aquella experiencia humana. Es la nueva creación.
Al enviar a sus discípulos SOPLA su aliento sobre ellos y les dice: “Recibid el Espíritu Santo”
Espíritu que es aliento, fuego, llama, fuerza, viento, ánimo, paz,… toda palabra es buena pero a la vez incompleta para expresar esa profunda experiencia humana y experiencia de Dios.
Jesús nos da un regalo: su Espíritu. “No os dejaré solos”
El Espíritu no es algo así como para decir: ¡que feliz estoy, que contento! No. Es algo más. No es cualquier sensación placentera. No es cualquier espíritu. Es el Espíritu de Jesús. Aquel que le llevó a él a “llevar la Buena Noticia a los pobres”
El que me empuja a ser testigo de misericordia ante el dolor, la injusticia y el sufrimiento de tantas personas.
El que me incomoda y me cuestiona mi modo de vivir, de actuar y de relacionarme.
¡Acojo agradecido tu regalo. Y me pongo al viento de ese tu Espíritu!