El relato de hoy nos abre los ojos
Jesús abrió los ojos a un ciego.
Pero el relato, el pasaje del evangelio que hemos escuchado nos abre también los ojos a cada uno.
Y se dirige a cada uno, a cada una en concreto, con nuestro nombre y apellidos. Igual que el ciego que tiene también nombre (Bartimeo) y apellidos (es decir una historia personal y familiar) (el hijo de Timeo).
El relato nos abre los ojos para que podamos ver y abrir bien los ojos.
Y quedarnos sorprendidos cuando vemos como Jesús no pasa de largo ante un hombre excluido, abandonado, que está en el borde del camino por donde tanta gente transita..
La compasión empieza por la mirada.
Jesús le llama y se acerca, cuando los demás decían: sigamos nuestro camino, solo es un pobre que pide limosna.
Para que podamos ver y sorprendernos cuando vemos a Jesús entrar en diálogo con el ciego. (¿Qué quieres que haga por ti?)
Es el respeto de Dios que entra en diálogo con nosotros, que se interesa y pregunta, que respeta nuestra libertad.
Que nos enseña a cómo tenemos que dirigirnos y tratar a los demás.
Es un relato que nos abre los ojos. (Para que podamos ver y abrir bien los ojos). Cuando vemos, también, la actitud del hombre ciego.
-Que grita (a pesar de que le mandan callar). Grita su oscuridad, su dolor, su sufrimiento, su abandono…
Grita como gritan tantas personas y pueblos hoy: en la guerra, en el hambre, sin vivienda, sin cariño, en la enfermedad mental, en la soledad.
¿Somos de los que mandan callar o…?
-Que suelta el manto.
Aquello con lo que, al paso del tiempo y de los años, nos hemos arropado y envuelto: pequeñas o grandes mentiras, costumbres mediocres, el “yo soy así”
Soltó el manto, arrojó el manto cuando oyó la palabra libertad.
El seguimiento a Jesús comporta necesariamente dejar algo, aquello que me estorba y no me da dignidad.
Y se me abren también los ojos como platos cuando vemos como dando un salto, un brinco llega hasta donde Jesús.
¡Yo tan seguro, nosotros tan seguros, tan medido para acercarnos a Dios!
Ese salto nos abre los ojos para ver cómo es nuestra confianza en Dios. Si ante las diversas circunstancias de la vida, sé ponerme en sus manos confiadamente.
La fe tiene forma de salto, de brinco confiado.
Fueron ese grito y ese salto confiado del ciego, los que que le llevaron a Jesús a decir: “Vete, anda. Tu fe te ha salvado”
Es la historia de un hombre, de una persona, que recobró la vista.
Pero también, y sobre todo, es la historia de fe de un hombre que pasó de estar sentado al borde del camino a seguir a Jesús por el camino.
Una historia con un mensaje que me abre los ojos para que vea si yo estoy sentado (en mi vida, en mi fe de creyente…) viendo pasar los acontecimientos. O si, por el contrario, voy, como buen discípulo, siguiendo los pasos de Jesús y su mensaje.
“Señor, Maestro, que pueda ver. ¡Quiero ver!