Diálogos. Desde evangelio 25 febrer24

  • 25 de Febrero de 2024
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En la montaña, cerca de Dios, pasó algo tan especial que el evangelista solo acierta a contarlo por aproximación.

-Los discípulos ven a Jesús transfigurado. Como nunca antes lo habían visto: Sus vestidos se volvieron resplandecientes y de un blanco deslumbrador, fuera de lo normal.
-Vieron y recordaron a los “grandes” (Moisés y Elías) de la historia de su pueblo y de su religión.
-Sintieron cómo una nube los cubrió con su sombra.
-Y donde oyeron con más claridad y definición la voz de Dios: “Este es mi Hijo amado. Escucharle”

La Transfiguración no es solo una experiencia que un día vivieron los discípulos (Pedro, Santiago y Juan). Sino también la experiencia que los creyentes (que nosotros mismos), de alguna manera, experimentamos cada vez que nos encontramos con Jesús. Con su Palabra. Cada vez que subimos “a la montaña” y nos encontramos con Dios.

Dios es Luz, plenitud. Plenitud de luz y de amor.
Yo soy la luz del mundo- dirá Jesús.
Y cada vez que nos acercamos a Él, quedamos tocados, iluminados, contagiados de esa luz. No puede ser de otra manera.

Todas, todos hemos tenido (¿verdad?) esa experiencia. Si no éxtasis como los grandes místicos, sí al menos experiencia de esos encuentros espirituales, de esos momentos con Dios que han teñido nuestra vida de Luz y de esperanza.

Dios sopla en nuestras cenizas y… de nuevo se enciende la llama de nuestra existencia y de nuestro vivir.

Donde en esa experiencia, si es auténtica, solo permanecerá la Palabra, la Vida y la presencia de Jesús. “El hijo amado”. Al que hay que escuchar. “Escuchadle” –dirá la voz de Dios desde la nube.
Con razón dice el evangelista que “Al momento miraron en derredor y ya no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos”
Jesús solo es nuestro punto de referencia. “Nadie más que Jesús. Solo con ellos”.
Su Palabra es la palabra más definitiva y diáfana de Dios. Ser cristiano es poner a Jesús en el centro de mi vida y de nuestra comunidad.

Los discípulos bajaron de la montaña después de esa experiencia.
Pero…¿Cómo si no hubiera pasado nada?
NO. Ya no fue todo como antes.

Como nos pasa a nosotros en el encuentro con Dios. O con su Palabra ( O en un retiro, o unos ejercicios, o en una confesión, o en una eucaristía, o en un encuentro en soledad y silencio o…)
Sucede algo decisivo. Todo aparentemente es como antes. Y sin embargo nada es como antes..

Ahora es Jesús quien me acompaña en la bajada y me hace volver a la realidad habitual.
Es el Jesús de la cotidianidad, de las ocupaciones ordinarias y no demasiado interesantes.
Es el Jesús (que acompaña) la fatiga, la monotonía, el trabajo repetitivo.
Es el Jesús de todos los días, siempre iguales.

Pero ya nada es como antes.
Ahora tenemos un secreto que nos brilla en la cara.
Ahora brillamos un poco más. Porque su Luz nos hace luz. Nos hace más luminosos.

No digamos nada. Dejemos que la propia experiencia vivida hable por si misma sin tener que traducirla en palabras. No se trata tanto de hablar sino de ser.

“Y se preguntaban ¿Qué querría decir aquello de…?
Guardemos la pregunta. ….Mantengámonos en ella.
¿Qué querrá decirme Dios? en esto que pasa, me pasa, vivo, ocurre,…

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