Me decía un maestro en la clase: “No subrayes todo el libro porque es como no destacar nada. Señala solo aquello que hoy te llama la atención”
Y yo hoy al leer el evangelio me he fijado y he subrayado dos cosas.
Una es el adverbio de tiempo. HOY
Y la otra: “¿Pero no es este el hijo de José…?”
1.- Hoy. “Hoy se ha cumplido esta Escritura…(que acabáis de oír)”
El hoy del texto es el que marca la diferencia.
La salvación, la liberación son para hoy.
El Reino de Dios está aquí, ahora.
(En Jesús) aparece de repente el hoy de Dios y el hombre se ve obligado a tomar postura.
A decidirse. A convertirse.
¡Cuántas veces dejo que las cosas se alarguen sin dar respuesta al amor (1º lectura), al perdón, al cambio de actitudes, a las decisiones importantes que me ayudarían a vivir mejor!
Dejar pasar el tiempo para el compromiso solidario, para el seguimiento a Jesús….
¡Cómo pasa el tiempo! –decimos.
“Más adelante…” y luego ya nos parece tarde.
Hoy –dice Jesús- es el tiempo.
Con él ha llegado un tiempo nuevo:
Una luz nueva en Jesús (“Yo soy la luz”) que nos pone al descubierto nuestras propias sombras.
Una propuesta de vida más plena. Cuando nos estábamos conformando con ir aguantando, con ir tirando.
Una esperanza infinita, más clara, frente a nuestros miedos finitos.
Una urgencia, el hoy, que nos da vértigo aun después de oírle decir a Jesús una y otra vez: “no tengas miedo”.
2.- El otro subrayado es:
“¿Pero no es este….?”
Pensaron los vecinos de Nazaret que ya le conocían. “¡Pero si es el hijo de José y María, vecinos de este pueblo!”
Y les costaba ir más allá.
Se quedaron en lo superficial, en lo de siempre, en lo conocido, en lo seguro.
Y es que nos cuesta ver lo extraordinario que tiene lo ordinario de la vida, de la naturaleza, de los otros, de Dios.
Y nuestra mirada se queda en el envoltorio sin llegar a descubrir el regalo que da cada día.
La mirada que rompe la cáscara de la rutina, de la prisa, del “así hacen todos”….y descubrir la presencia de Dios.
No consiste en tener visiones extraordinarias sino una visión nueva de toda la realidad.
Donde en lo sencillo, descubramos lo sorprendente.
En lo pobre, la abundancia de sentido.
En lo humilde, lo grandioso.
En lo conocido de siempre, lo infinito.
En lo humano, lo divino.
Todo dependerá de la mirada.
Aprender a mirar la realidad con una mirada atenta, sencilla, compasiva.
En aquel hijo de José y María… estaba Dios. (Que se abre paso entre todos y sigue su camino)
Para quien quiera seguirle.