Jesús pone a las personas en el centro

  • 27 de Mayo de 2020
imagen Jesús pone a las personas en el centro

ARANTZA CABALLERO (teóloga, laica, de la comunidad Sansomendi-Ali) nos ofrece esta su reflexión titulada "Jesús de Nazaret pone a la persona en el centro".
Ella era también una de las ponentes del programa BATU de este curso = “La dignidad no es negociable – Duintasuna negoziaezina da”
No pudimos compartir con ella presencialmente. Por eso hoy nos ofrece esta aportación sobre el tema:

"Jesús pone a las personas en el centro"

Mal que nos pese tendríamos que empezar matizando el título: Jesús pone prácticamente siempre en el centro a las personas en situación de necesidad. Estamos demasiado acostumbrados a escuchar este mensaje, pero no por eso deja de ser -en su significado hermenéutico y práctico- novedoso, rompedor, interpelante… ¿Por qué Jesús -ése, el hijo de un carpintero- pone en el centro a los pobres, a los pecadores, a los enfermos, a tantas personas excluidas? O dicho de otra manera, ¿de dónde “saca” Jesús esa nueva imagen de Dios que nos propone?

Apenas conocemos nada de los primeros 30 años de Jesús en Galilea, ¡casi toda su vida! Parece lógico pensar en un proceso personal que se va gestando en su vida cotidiana, en medio de las dificultades y sufrimientos propios y de la gente de su entorno. Un proceso vital en el que se entrelaza lo que él conoce de Dios por su familia y su comunidad, las Escrituras, el contacto directo con personas marginadas, pobres, desvalidas, excluidas, y su relación-oración íntima con su Abbá. En ese andar consciente por la vida, va descubriendo y entendiendo que Dios, para serlo, tiene que ser Buena Noticia para toda “esa” gente. Este es el Dios que anuncia Jesús, un Dios que pone en el centro a las personas en situación de necesidad.

Este mensaje lo encontramos con rotundidad en la parábola del buen samaritano (Lc 10, 25-37). Tres personajes distintos -que van de camino- ven a una persona en situación de necesidad… Sabemos que el sacerdote y el levita pasaron de largo, y asumimos con relativa normalidad que lo hicieron por razones “legales” de impureza (tocando un cadáver quedaban impuros, Lv 21,5; Nm 19,11). Pero caigamos en cuenta que ni siquiera se acercaron para comprobar si aquella persona tirada en el camino estaba viva o muerta. Luego lo que tenemos que decir, es que no hicieron lo que debían, y el escándalo es aún mayor porque eran personajes en estrecha relación con el Templo.

Llega un tercer personaje, un samaritano, que viendo la misma situación de necesidad se acerca, y descubre que aquella persona está viva, y se compadece, e inmediatamente hace todo lo que puede por ella: curar sus heridas con aceite y vino, subirla a su cabalgadura, llevarla a la posada, cuidarla y pagar por adelantado al posadero para que haga la misma labor. Lo que marca la diferencia entre el sacerdote/levita y el samaritano es ese acercamiento a la persona en situación de necesidad; lo que marca la diferencia es una decisión personal.

Es sabido que Jesús cuenta esta parábola como respuesta a una pregunta hecha por un legista: ¿quién es mi prójimo? Pero al finalizar la parábola, Jesús cambia el sentido de la pregunta… ¿quién se hizo prójimo? Este giro es decisivo y la propuesta de Jesús inequívoca: ante una persona en situación de necesidad, ante los necesitados, hay que acercarse, hay que hacerse prójimo, hay que poner a “esa” persona en el centro y asumir las consecuencias prácticas y éticas, como hizo el samaritano (cambió sus planes, dedicó su tiempo, pagó con su dinero).

La vida humana configurada en seguimiento de Jesús exige preguntarnos por aquellas decisiones personales que nos llevan a hacernos prójimo de la persona en situación de necesidad y a asumir las consecuencias; y exige preguntarnos también por aquellas decisiones en las que, justificándonos de mil maneras, pasamos de largo y no nos acercamos.

Y no estamos solos. Toda la gente de bien nos acompaña. La vida humana digna exige ser vivida desde la dignidad de los desvalidos y las víctimas. Lo exige de todos los humanos y con la Tierra misma, nuestra casa. Es la ética primera. En el cuidado justo de la dignidad de todos, y especialmente de los más desvalidos, protegemos y damos valor sincero a la nuestra. A la de todos, desde ellos. La fe de Jesús y en Jesús abre estas virtudes y esperanzas de la gente de bien hasta verlas como signos del Reino de Dios que crece; signos de justicia y fraternidad aquí y Vida final tras la vida.



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