Desde Evang doming 12 Abril- Resurrección

  • 12 de Abril de 2020
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Fue la sensibilidad, el dolor, la nostalgia, el amor, el impulso del corazón lo que llevó a María Magdalena (primera testigo de la resurrección) hasta la tumba de Jesús.
Era temprano, “cuando todavía estaba oscuro”-dice el evangelio. Emprendió el camino de noche. El duelo oscurecía su corazón. Salió de noche y en la noche para buscar a Jesús, para buscar la luz. El amor madruga más que el sol.

Pero el sepulcro estaba vacío y entonces sorprendida y desconcertada va corriendo a contárselo a los otros discípulos.
Ninguno de los tres ve a Jesús. Solo ven el sepulcro vacío y las vendas, el sudario,.. Pero poco a poco se les van abriendo otros ojos, otra inteligencia. Y su mirada ve más allá de las apariencias o “vendas”, Su mirada brota desde el corazón y el amor.

Por eso, (decía ayer una persona en el encuentro virtual que tuvimos de La Palabra) “de repente todo cobró sentido. Y vieron luz entre tanta oscuridad, tanto dolor y tanto desconcierto. Su vida se llenó de Vida, de sentido. Pues algo así es para mí creer en Jesús y en su resurrección. Una experiencia interior, no sujeta a razonamientos ni a "pruebas irrefutables", que me hace sentir que Él necesariamente sigue vivo en nosotros. Él es Vida, pues nos da vida a nosotros y le da sentido a todo”

Unos ojos y una inteligencia que ahora miran la realidad, el dolor, la injusticia, el sufrimientos de personas y pueblos con otros prisma. El prisma y la mirada de la compasión, el compromiso solidario, el “dolor ajeno que no me sea indiferente”. Resurrección para no solo para “otra vida” sino para otra vida aquí y ahora también.


Decía J.A. Pagola en uno de sus comentarios que:
La resurrección de Jesús, (de aquel hombre, de aquel Dios, que se abajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz), no es para nosotros los cristianos algo anecdótico. Es, por el contrario, algo vital y esperanzador, sobre todo para los momentos duros de la vida como es la muerte de un ser querido, por ejemplo.
Jesús, el Señor, el hijo de Dios, está ahí en medio de nuestras cosas, sosteniendo y animando todo lo bueno, lo justo y honrado que tiene nuestra vida.

Él está en nuestros proyectos, expectativas y futuro, manteniendo la ilusión y la esperanza, contra todas las dificultades.
El está en nuestras lágrimas y penas como consuelo permanente y misterioso.
El está en nuestros pecados como misericordia que nos acoge y nos comprende hasta el fin.
El está en nuestra misma muerte como vida que triunfa cuando parece extinguirse.
Ahora, en la Resurrección de Jesús, sabemos que ningún grito queda sin ser escuchado por Dios. El Resucitado está en nosotros y con nosotros para siempre.


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