Desde Evang domingo 9 Junio

  • 09 de Junio de 2019
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Hay una historia muy antigua y muy bella que nos habla de la creación del hombre.
Está en la Biblia, en el primer libro. Y dice que Dios con barro de la tierra modeló al ser humano y, luego, sopló en su nariz aliento de vida. Y así se convirtió en un ser viviente.

El ser humano es barro. Es frágil. En cualquier momento se puede desmoronar. Nos lo dice nuestra propia experiencia.
Sin embargo este barro vive. En su interior hay un aliento que nos hace vivir, soñar, amar, crear, creer… Y ponernos en pie y comenzar de nuevo.

Es el aliento de Dios que nos habita.
Su espíritu vivificador.

Jesús (ver evangelio de hoy) reactualiza aquella experiencia. Sopla su aliento sobre sus discípulos al tiempo que les dice “Recibid el Espíritu santo”
Aliento, fuego, fuerza, viento, animo, paz…
Toda definición es buena pero a la vez incompleta para expresar la experiencia de la vida alentada por el Espíritu. La experiencia de Dios.

El Espíritu no es una mera sensación placentera y bonachona. El espíritu de Jesús es aquel que le envió a él (y a nosotros/nosotras si nos ponemos a su aire) a llevar la Buena noticia a los pobres. Aquel que nos lleva a dar la vida por los demás. Aquel que nos empuja a ser testigos con una vida honrada, justa y buena. El que me incomoda y cuestiona mi forma de vivir, de actuar, de relacionarme con los demás.

"Necesitamos tu Espíritu
para ser más conscientes
para abrirnos al dolor que clama al cielo
para vivir con más profundidad
para…

Necesitamos tu Espíritu!"


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