El foco de las miradas estaba puesto sobre aquella mujer puesta y humillada en medio del círculo de varones. A la que todos miran.
Y ella, allí, deslumbrada por el miedo y las lágrimas.
Los que estaban en la primera fila de aquel círculo oscuro le miran a Jesús y le dicen: “Y tú ¿qué dices?”
Y Jesús ( como si fuese el encargado del atrezzo de una escena de teatro) movió los focos que hasta ahora enfocaban a la mujer y los volvió, llevando la luz a los que estaban en aquel círculo de observadores y mirones.
“El que no tenga pecado que le tire la primera piedra”
Y ya sabes el final de la escena: La mirada de Jesús y la de la mujer se cruzan y se mantienen fijas. Un encuentro de miradas que salva. La mirada compasiva de Jesús que recrea vida. “Tampoco yo te condeno”
Es una mirada que se fija y acoge. Una mirada libre que llama a la libertad.
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Dos cosas:
-Hacer experiencia de girar el foco de luz hacia mí mismo/misma. A mi interior. Para reconocerme. Para centrarme. Para ser.
Para ello utilizar la meditación, el silencio….
-“Cambiar de gafas”. Aclarar nuestra mirada. Hacia una mirada una mirada más acogedora y compasiva. Libre de las lentes deformantes de los prejuicios, sospechas y desconfianzas. Capaz de ver a las otras personas como yo quisiera ser vista.
Solamente si conseguimos una mirada purificada y limpia las piedras comenzarán a caerse de nuestras manos.
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En Ver Adjunto. La hoja de La Palabra, el espacio semanal en BerriOna.