Aquellos hombres leprosos que salieron a donde pasaba Jesús y se pararon a lo lejos… quizás también, se decían unos a otros: “No nos hagamos ilusiones”
Hay que tener en cuenta –como sabéis—que los leprosos (en tiempos de Jesús) eran vistos y tenidos como personas impuras (por la ley civil y religiosa). Su enfermedad era vista como un castigo de Dios.
Expulsados de la comunidad, vivían en lugares apartados.
Expulsados, excluidos, marginados, abandonados a su suerte
Por eso, yo creo que se dirían incluso a sí mismos: “Aunque sea el profeta de Nazaret, aunque sea Jesús, el Maestro (pues así le van a llamar), no hay que hacerse ilusiones.
Pero a pesar de todo su grito nació del corazón y de su vida maltrecha.
Y desde lejos gritaron: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros”
La fe nace muchas veces de un grito.
Y dice el evangelista Lucas que Jesús “AL VERLOS”
Eran unas personas invisibles para la sociedad. Y Jesús los ve. Y se detiene. Y se compadece y se pone en su lugar.
Y ellos, confiados y confiando, notan en su cuerpo y en su alma su mirada compasiva y su palabra sanadora.
Y marchan fiándose. Fiándose solo de su palabra. No están aún curados pero confían.
Y ocurrió, que yendo a presentarse a los sacerdotes (para que testifique que están curados. El requisito legal para poder incorporarse a la sociedad) van viéndose uno a uno curados.
La curación de los 10 leprosos no fue fruto de un rito mágico o un hechizo. Su curación fue fruto de la confianza que ponen en Jesús. Creen que Él puede hacer posible lo imposible.
Esta confianza es profunda: los leprosos actúan sin ver todavía el milagro, pero fiándose de quien se lo promete. Su fe no se basa en la evidencia, sino en la palabra de Jesús.
En ese sentido, son un ejemplo de la fe que confía incluso antes de que algo suceda.
Quedaron limpios de su enfermedad, pero además recobran su dignidad, vuelven a reinsertarse en la sociedad, a vivir con su familia y su gente. Pueden sonreír y esperar.
La confianza de los leprosos es una imagen de la fe auténtica: una fe que camina, que obedece, que espera, y que finalmente reconoce que la verdadera salvación nace del encuentro con Jesús.
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Y termina el evangelio de hoy contándonos como uno de ellos era un samaritano
(Lucas sorprende a sus oyentes añadiendo que era un pagano, un extranjero, alguien que para los judíos no era tenido por religioso,…)
Sólo éste… se volvió a dar gracias y a alabar a Dios.
A éste Jesús le dirá: Vete, tu fe te ha salvado. Los demás quedaron sanados, éste quedó salvado
Dar las gracias, ser agradecido/a, dar gracias a Dios solo se hace desde una postura consciente y humilde.
Consciente: para caer en la cuenta de ¡Cuánto he recibido gratis! en la vida.
Y humilde: ya que cuando me quito todos los egos y prepotencias, solo me queda la palabra GRACIAS.
Dar gracias una y otra vez para ser personas agradecidas.
Aprendiendo a vivir con agradecimiento.
Y así volver a oír de nuevo las palabras de Dios que me dice: Tu fe te ha salvado!
Tu fe te ha trasformado, no solo por fuera sino también por dentro.
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¿Confío en la Palabra de Dios incluso cuando no veo resultados inmediatos?
¿Sé reconocer los milagros que suceden “en el camino”, cuando camino esperanzado, confiado/a y con fe?
¿Y soy agradecido/a, o doy por sentado los dones recibidos?