Desde Evangelio domingo 2º Adv

  • 04 de Diciembre de 2016
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El desierto no es solo un lugar físico sino también simbólico: el silencio, la pequeñez en medio de la inmensidad, la austeridad (sin recursos donde apoyarse o recovecos donde esconderse),…
Pues bien, ahí llega el anuncio de Dios, de la presencia de Dios.
Ahí, para mirarse a uno mismo, para reconocerse y, desde ahí, convertirse.

Juan, un hombre atípico, austero, que no participa de la sociedad del consumo,…
Pero que viene empujado y urgido por esa corriente de deseo, de sueño, de profecía, del pueblo, el recoge el grito de Isaías y de otros profetas: “Preparad el camino”…
Es él el que pone voz y gesto a ese deseo de liberación y de cambio de vida. Es él el que anuncia que Dios viene y trae la salvación para todos.

Pero hay una condición que pide: hay que cambiar actitudes y comportamientos. Hace falta una conversión personal. “Convertíos porque está cerca el Reino de los cielos”

Y mucha gente acudía a él, confesaba sus pecados y se proponía cambiar sus actitudes y comportamiento de vida. Y se comprometía por un mundo y una sociedad nuevos, y…
Y Dios se hacía presente en aquel gesto público.


Pero, por otro lado, algunos persistían y persistimos en la obstinación de decir: “es que yo ya soy cristiano”, “es que yo celebro la Navidad de otra forma no como esos…” “es que yo ya creo…” …
Creyendo que tenemos ganada la salvación.
Pero si no lo demostramos dando frutos y obras de bondad, de liberación, de compasión…. no os hagáis ilusiones pensando esto.

Decía Sócrates: Nos hacemos constructores construyendo casas, y músicos tocando el instrumento. Pues así: solo practicando la justicia nos hacemos justos y practicando la misericordia misericordiosos.

“El árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego”


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